Japón |
2010 / 109' / HD / Color/ Japonés
D, G, E: Takeshi Kitano
Todos conocemos a Takeshi Kitano. Hace tiempo que no sobrevuela las heladas aguas del cálculo yakuza, pero ha decidido una nueva –¿o última?– zambullida. El nombre es Outrage y trata de una serie de venganzas en la estructura mafiosa, de cambios de poder, de construcción de influencias. A imagen y semejanza del universo de las altas finanzas –otra especie de mafia–, estos gángsters tratan de encontrar su conveniencia económica sin hacer caso del viejo código de lealtades. En ese sentido, Otomo (Kitano) es un dinosaurio, un hombre de otra época que todavía se maneja con los viejos códigos y su arma no es sólo la violencia –que ejerce en la medida justa– sino también la astucia del jugador de ajedrez. Es cierto que hay momentos hilarantes (la manera en que introduce a uno de los suyos en el burdel de un rival al principio del film, sin ir más lejos, o la compra directa de una embajada de un país insignificante para transformarla en casino); es cierto, a su vez, que, fiel a sí mismo como realizador, aparecen secuencias melancólicas. Sin embargo, predomina una frialdad notable, una especie de despedida respecto de un universo que ya no es el submundo donde las pasiones humanas encontraban su modo de representación, sino apenas lo mismo que la gran empresa, salvo que con venganzas un poco más sangrientas. El crimen organizado tiene, con otras actividades económicas, apenas una diferencia de grado. Kitano sigue siendo inventivo a la hora de encontrar soluciones formales y en la escritura del intrincado guión, que de todos modos se vuelve diáfano con el correr del film. Pero el tono es novedoso: el humor negro ya no causa gracia, sino que es principalmente patético (ver cierta guarnición de dedos humanos en cierto plato de cierto restaurante). Y lo cotidiano sigue allí, como una pintura ya no indiferente del drama criminal sino impotente ante él. La muerte de los honorables, de todos modos, sigue siendo triste. Casi, casi, una elegía.